Un ejercicio mental que me ayudó a no cagarla en mis decisiones

Un ejercicio mental para tomar decisiones puede sonar a algo complejo, pero para mí fue como encontrar un GPS interno cuando estaba completamente perdido. Antes de este método, mis decisiones eran como lanzar una moneda al aire: pura suerte.

En mi artículo anterior sobre pensamientos limitantes, mencioné cómo nuestro cerebro puede sabotearnos. Este ejercicio mental para decisiones fue mi tabla de salvación.

Seré honesto: no soy ningún experto. Soy alguien que ha metido la pata más veces de las que me gustaría admitir. Pero aprendí, y eso es lo importante.

Por qué necesitaba este ejercicio mental

Imagina tomar decisiones como si fueras un barco sin timón. Así era yo. Trabajo, relaciones, proyectos… todo era un desastre de improvisación.

Recuerdo una época donde mis decisiones eran como un cóctel de impulsividad y miedo. Un día aceptaba un trabajo que no me gustaba, al otro dejaba un proyecto que podría haberme llevado lejos. Era como vivir en una montaña rusa emocional donde yo no controlaba los mandos.

El método paso a paso

Cerré los ojos y me imaginé. No como un consejero perfecto, sino como yo mismo dentro de un año.

¿Qué me diría yo del futuro sobre esta decisión?

Esta técnica sonaba a ciencia ficción al principio. Pero funciona de una manera brutal. Por ejemplo, cuando me planteé dejar mi trabajo estable para emprender, me senté y literalmente "llamé" a mi yo del futuro.

La conversación fue algo así:

  • Yo actual: "Estoy pensando en dejarlo todo"
  • Yo futuro: "¿Y qué has hecho para que esa decisión no sea un salto al vacío?"

A veces la respuesta era brutal. Otras, completamente reveladora.

Un día descubrí que el yo futuro no busca destruir mis sueños, sino protegerme de mis impulsos más destructivos. Es como tener un amigo brutalmente honesto dentro de tu cabeza.

No se trata de ser negativo. Se trata de ser realista.

{¿Qué es lo peor que puede pasar?}

Lo escribía. Lo analizaba. Y descubría que el "peor escenario" casi nunca era tan terrible como mi cerebro lo pintaba.

Un ejemplo: cuando dudaba en postularme para un trabajo que me parecía imposible, escribí todos los escenarios catastróficos. Me rechazarían, quedaría en ridículo, mi currículum quedaría marcado…

Pero al escribirlo, me di cuenta de algo: ¿Y qué? Seguiría vivo. Seguiría teniendo opciones. El mundo no se acabaría.

Este ejercicio me enseñó que el miedo es más grande en nuestra cabeza que en la realidad.

Tres preguntas simples:

  • ¿Cómo me sentiré en 10 minutos?
  • ¿Cómo en 10 meses?
  • ¿Cómo en 10 años?

Un truco para sacar la perspectiva de encima de la mesa.

La magia de este método está en cambiar la escala temporal. Esos 10 minutos de nervios o miedo, ¿realmente importarán dentro de 10 años?

Cuando rompí con una relación que me hacía daño, en 10 minutos me sentí fatal. En 10 meses, liberado. En 10 años, fue la mejor decisión de mi vida.

Consejos de otros. Pero la decisión es mía.

No se trata de unanimidad. Se trata de información.

Antes buscaba consenso como si fuera una votación democrática. Ahora entiendo que la opinión de otros es data, no una sentencia.

Hablo con gente que respeto, escucho sus puntos de vista. Pero la decisión final es mía. No delego mi responsabilidad en la opinión de otros.

{La parálisis por análisis es real}.

Después de todo el proceso, un consejo: decide. No existe decisión perfecta.

Podía pasarme años analizando. Pero en algún momento hay que dar el salto.

No se trata de ser perfecto. Se trata de moverte.

No es una fórmula mágica. Es un método. Un mapa que me ayuda a no perderme tanto.

A veces funciona perfecto. Otras, ni fu ni fa. Pero siempre mejor que antes.

La vida no viene con manual de instrucciones. Viene con posibilidades. Y la clave está en cómo las navegas.